
Como tanta gente de mi generación, la primera vez que oí el nombre de David Lynch fue asociado a la serie ‘Twin Peaks’, cuya adictiva atmósfera pudimos vislumbrar en los pequeños televisores de los 90. Años después cayó en mis manos un VHS de ‘Carretera … perdida’, que me dejó estupefacto durante su visionado y cuyas perturbadoras imágenes, extraordinariamente fotografiadas por Peter Deming, saltaron días después en mi cabeza revelándome que estaba ante una de esas películas que, parafraseando a David Castaño, acabaría formando parte de mi estructura mental.
Luego recuperé obras maestras como ‘Cabeza borradora’, ‘Terciopelo azul’, ‘Corazón salvaje’ o ‘Fuego camina conmigo’, incomprendida precuela cinematográfica de ‘Twin Peaks’ que casi acaba con la carrera de Lynch, y pude disfrutar en sala de los estrenos de la crepuscular ‘Una historia verdadera’ y de la inagotable ‘Mulholland Drive’, si bien no de su película final, ‘Inland Empire’, desquiciante e hipnótica fiesta lynchiana rodada en video y que tuvo una distribución limitada.
Pero más allá de sus largometrajes, Lynch fue un artista total: un pintor que llegó al cine cuando creyó detectar movimiento dentro de uno de sus lienzos; un fotógrafo que encontró la belleza en muñecos de nieve decrépitos, peces desmembrados o paisajes industriales; un carismático actor capaz de encarnar a John Ford para Spielberg o de componer al inolvidable agente Gordon Cole; un diseñador de sonido con logros tan rotundos como las 18 horas de ‘Twin Peaks 3’; un dibujante y animador con obras mayores como ‘The Angriest Dog in the World’ o la impresionante ‘DumbLand’; un músico que, bien en solitario, bien acompañado por Julee Cruise, Angelo Badalamenti o Trent Reznor, elaboró composiciones atmosféricas que algunos tuvimos que dejar de reproducir mientras conducíamos porque parecía que algo iba a pasar…
El FICX, que recibió al mencionado Badalamenti en 1995, acogió la exposición fotográfica ‘Small Stories de David Lynch’ en 2019, en colaboración con la Fundación Municipal de Cultura. Aún recuerdo la emocionante llamada de Aitor Martínez («¡Ya están aquí!») cuando llegaron las cajas. En 2022 contacté a su productora y estrecha colaboradora Sabrina S. Sutherland para organizar un conversatorio online con Lynch, propuesta que fue amablemente declinada ya que en ese punto el cineasta estaba únicamente «centrado en su trabajo artístico».
Con su fallecimiento no solo perdemos a un creador insobornable (rechazó dirigir ‘El retorno del Jedi’), sino también a un humanista que fomentaba la meditación como herramienta de gestión emocional y cuyo intachable lema vital era «trata a los demás como te gustaría que te traten a ti». Pocas muertes habrán sido lloradas por tantas personas a quienes el difunto cambió la vida. Me cuento entre ellas. So long and thank you, Mr. Lynch.