Venecia no necesita de Jeff Bezos. No diré «ni de su dinero» porque el patrimonio siempre necesita más recursos. Mantener esos palacios, canales y tesoros … históricos en riesgo de desaparición exige demasiado de una población asfixiada por el éxito turístico y el cambio climático. Pero, precisamente por eso, lo que menos conviene a la Serenísima es una presentación al mundo como escenario donde recrear los caprichos de ricos con aires de grandeza.
Entiendo que en estas polémicas siempre hay que sopesar las ventajas que una boda de impacto global tiene para determinados colectivos, en especial, los del comercio y la hostelería, pero Venecia no es un destino pequeño y desconocido. No necesita que un rico la ponga en el mapa. Está ya en él, desde la Edad Media. Su problema es el contrario, es un exceso de turismo que ya no puede absorber. Es uno de los grandes destinos en Europa por su peculiaridad. No hay otra ciudad como ésa, lo que invita a visitarla sin una alternativa que la ayude a reducir el castigo de la masificación. Por eso no entiendo el aplauso de determinadas personas hacia la publicidad que la boda del fundador de Amazon va a generar para la ciudad.
Lo que necesita Venecia no es más demanda de millonarios esnobs para un selfie de ensueño, sino ricos con conciencia que la quieran bien y ayuden a su sostenimiento para que perdure en el tiempo. Se podrá argüir que los donativos anunciados por el magnate responden a eso, pero no es del todo cierto. Esos son un lavado de imagen: es dejar una propina después de usarla. Lo que Venecia necesita son mecenas contemporáneos, no a la antigua.
Antiguamente, las familias ricas hacían ostentación de su riqueza en bodas fastuosas donde, a menudo, se hacía entrega, a los ciudadanos más pobres, de viandas o monedas para compartir con ellos ese momento de celebración. Y para reafirmar su poderío económico. Los mecenas actuales consideran su contribución un modo de pasar a la posteridad sin aprovecharse personalmente de aquello que ayudan a conservar. Se trata de engrandecer la ciudad o conservar su patrimonio sin obtener a cambio nada excepto el reconocimiento del presente y del futuro por hacerlo. Sin duda, no es una acción desinteresada. Quien lo hace obtiene un beneficio, pero no es inmediato ni palpable. No es montarse una ‘rave’ de amigos durante tres días en un escenario de ensueño, como Bezos. Es vincular el propio nombre a un tesoro perdurable, como Sixto IV con la Capilla Sixtina o Cosme de Médici con su palacio de Florencia. Es regalarse un poco de eternidad.