
Ayer por la tarde, la mujer más poderosa del universo fashion comunicó lo impensable: tras 37 años al frente de Vogue Estados Unidos, Anna Wintour ha iniciado la búsqueda de su sucesor… aunque solo para la gestión diaria. Ella seguirá supervisando la cabecera como directora editorial global y como directora de contenidos de Condé Nast, lo que deja claro que no se trata de una retirada, pero sí de un movimiento estratégico. Y como todo lo que rodea a Wintour, está cargado de simbolismo.
No es una despedida, pero sí una señal inequívoca de que el cambio ha comenzado. Anna no se va, pero deja espacio. Y eso, en una industria donde el poder no se cede, sino que se conquista, es un gesto monumental.
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Brais Besteiro
Este giro estructural responde a una nueva filosofía corporativa en Condé Nast, donde ya no se buscan “editores jefes” clásicos, sino “responsables de contenido editorial”, un cargo más operativo que responde ante ella. Así, Vogue EE. UU. pasará a estar gestionada bajo la misma estructura que sus ediciones internacionales, como ya ocurre en París, Milán o Madrid. Pero más allá de los títulos, este movimiento marca un antes y un después: es la primera vez desde 1988 que Vogue se abre a otra voz en su edición más influyente.
De la sombra al mito
Cuando Diana Vreeland revolucionó Harper’s Bazaar, seguramente no imaginaba que otra británica llegaría a eclipsarla en el mundo editorial décadas después. Anna Wintour no solo dirigió Vogue: lo transformó. Lo convirtió en la Biblia definitiva de la moda, en un termómetro cultural y, con el tiempo, en parte de la conversación popular. Basta ver su representación ficcional en ‘El diablo viste de Prada’, o su retrato más íntimo en ‘The September Issue’ en el que sin quererlo compartió protagonismo con Grace Coddington, la Directora de Moda.
Pero, como bien documenta Amy Odell en ‘Anna: The Biography’, su ascenso fue tanto político como estético. Supo leer las reglas del juego y reescribirlas desde dentro. Bajo su dirección, Vogue cambió a las supermodelos por celebridades —una decisión criticada en su momento, pero que acabó marcando tendencia—, y transformó la Gala del Met en un espectáculo planetario que hoy compite con los Oscar en impacto visual y social. Y ella se convirtió, además de en un icono, en esa mujer de la que todos los diseñadores esperaban aprobación, nadie ha ostentado tanto poder.
Polémicas que redefinieron los límites
Wintour nunca rehuyó el escándalo. Cuando en 2014 puso a Kim Kardashian y Kanye West en portada, parte de la audiencia amenazó con cancelar suscripciones. Pero ella defendió su decisión: “Formaban parte de la conversación cultural del momento”. Y acertó.
Aquella portada marcó la normalización de las celebridades digitales en los medios tradicionales. Algo similar ha ocurrido con Lauren Sánchez y Jeff Bezos, cuya narrativa mediática parece diseñada para repetir aquella jugada: tabloides, transformación de estilo y eventual aprobación en forma de reportaje en Vogue. O cuando fotografió a Ivana Trump en contra de todos, vendió 750.000 ejemplares. Un número que silenció las opiniones.
Cambió a las supermodelos por celebridades, una decisión criticada en su momento, pero que acabó marcando tendencia
También ha sabido reconocer errores. Tras el asesinato de George Floyd en 2020, admitió que la revista no había dado suficiente espacio a creadores negros. En respuesta, la mayoría de los colaboradores del número de septiembre de ese año fueron afroamericanos. Fue un gesto simbólico, pero también una señal de adaptación a los nuevos tiempos.
El estilo como declaración de poder
No hay imagen más reconocible que Anna Wintour con sus gafas oscuras —incluso en interiores—, su melena bob milimétrica y sus vestidos midi de Chanel o Prada. Las gafas, por cierto, fueron toda una ruptura de protocolo: muchos en la industria las veían como una barrera, un acto de arrogancia. Para ella, eran una necesidad: protección visual, pero también simbólica, una forma de guardar silencio en medio del ruido y proyectar autoridad. Y, no olvidemos, la forma de esconder el paso del tiempo, el cansancio y más de tres décadas al pie del cañón.
El suyo no es un estilo camaleónico, sino uniforme. Ha hecho del maximalismo elegante su seña: tejidos lujosos, estampados potentes y collares joya como escudo. En tiempos donde el minimalismo sobrio se convirtió en el canon —gracias, entre otras, a Phoebe Philo en Céline—, Wintour siguió apostando por su característica exuberancia comedida. Como editora, entendió que la coherencia estilística también es una narrativa.
Amistades estratégicas y enemistades célebres
Wintour siempre fue una jugadora astuta, rodeada de aliados clave. Su relación con el exquisito Hamish Bowles, editor internacional de Vogue, ha sido una de las más longevas y fructíferas: una dupla basada en el contraste entre su estilo ornamentado y la sobriedad estructural de ella. Más conflictiva fue su tensa relación con André Leon Talley, su exmano derecha, cuya autobiografía la retrató como distante e implacable. Aunque él también reconocía su genialidad, las heridas abiertas terminaron por cristalizar en una enemistad pública.
Como editora, entendió que la coherencia estilística también es una narrativa
Y luego está la rumorología popular, sobre la que fue su ‘oponente europea’ Carine Roitfeld, la eterna enfant terrible de Vogue Paris. Las comparaciones han sido inevitables: mientras Anna apostaba por la elegancia pulida, Carine optaba por la provocación glam, una visión más cruda y sexual de la moda. Aunque se saludaban con cortesía, su rivalidad fue uno de los secretos peor guardados del mundillo.
Una sucesión incierta
La salida parcial de Wintour llega en un momento especialmente delicado para el sector del lujo, que atraviesa su primera gran crisis en más de una década. También es el segundo cambio de liderazgo en Condé Nast en pocos meses: Radhika Jones dejó Vanity Fair, y Marc Guiducci —muy vinculado a Wintour— fue nombrado como su sustituto. Todo parece indicar que el entorno más cercano de Anna está tomando posiciones para mantener su legado.
La pregunta que todos se hacen ahora es: ¿quién tomará las riendas de Vogue EE. UU.? ¿Será alguien del círculo interno, como Chioma Nnadi (actual directora de Vogue UK), o una apuesta disruptiva desde fuera? Lo que está claro es que el sucesor deberá navegar entre la veneración al mito y las exigencias de un nuevo lectorado digital, diverso y políticamente consciente.
Ayer por la tarde, la mujer más poderosa del universo fashion comunicó lo impensable: tras 37 años al frente de Vogue Estados Unidos, Anna Wintour ha iniciado la búsqueda de su sucesor… aunque solo para la gestión diaria. Ella seguirá supervisando la cabecera como directora editorial global y como directora de contenidos de Condé Nast, lo que deja claro que no se trata de una retirada, pero sí de un movimiento estratégico. Y como todo lo que rodea a Wintour, está cargado de simbolismo.